Las palabras repudian los significados
Antojadizos o fundamentados, que pretenden endilgarles
Los filólogos y estudiosos de la semántica y el lenguaje
Y recelan también del sentido que les han dado
Como quien recela del nombre que le dieron sus padres
Las palabras viven ansiando resignificarse
Se resisten a quedar entrampadas en definiciones
A ser esclavas de analogías e interpretaciones
Están cansadas de tener que ser sagradas
Irrefutables, justas, nítidas, inapelables
Abominan saberse prisioneras de un destino
En el que apenas pueden ser certeras
¡Hartas de que las pronuncien de una sola manera!
Están ávidas de poder callarse a los cuatro vientos
¡Lo que darían por prescindir de esas rémoras, los acentos!
Sufren el hecho de que no se les reconozca su derecho
A ser equívocas, insondables, sinuosas, intrincadas
Flexibles, resbaladizas, inconexas, falaces
Verse obligadas a la precisión
A tener que comportarse sin ambages
Que no les permitan darse vuelta como un guante
Ser desobedientes, huecas, inimputables, delirantes
Pensar en voz alta, irse por la tangente o por las ramas
Vagar por ahí desnudas, impúdicas, mudas, malas
Sin que nadie las prohíba, las clasifique o las regañe
Exhibiéndose gozosas, desvergonzadas, absueltas
Definitivamente libres, despreocupadas, sueltas
Como palabras desconocidas o impensadas que nadie sabe
De dónde vienen, adónde van o qué cuernos describen o cuentan...