domingo, 30 de septiembre de 2012

Adonde van a morir los icebergs


Obra de Robert Mapplethorpe (1985)

Un iceberg del color del viento
Errante como un reflejo en un espejo de mar azul
Atisbo inasible de un momento
No se ve ni sombra de quietud
Sólo un resplandor de silencio

Su viejo corazón de oscuridad
Sobre la espesa superficie de la nada
El secreto de su eternidad a la deriva
Eterno recién nacido de infinidad de vidas
Un animal de pétalos de luz en su carne de iceberg

Ciega el sol y la sal, ciega el día
El color de su aroma de aire de santuario
Surcando la noche del agua bajo mil estrellas
Como miríadas de mariposas en un cielo de ácido

Adónde va sin rostro y sin dejar rastro
Como el trueno que anuncia la cerrazón
Una llamarada en una sinfonía de fulgor
Va adonde van a morir los icebergs

sábado, 15 de septiembre de 2012

viernes, 14 de septiembre de 2012

Sweet Melinda (para piano, violín y puñales)


Suite Melinda (para piano, violín y puñales)

Hebras de saliva
Olvido de un beso
Penden de tus labios
Brillos de lágrimas


Tu lengua salmón
Tanto por su color
Como por tu sabor
Dentro de mi boca


Acabo una nube
Una rosa blanca
Se abre en el mar
Como una agua viva 

Una brizna de aroma
A tu aroma
A nada igual
Se dispersa en espiral
Expande su fluido de látex
Como una descarga de plasma
Como semen en el agua
Se esparce como una bocanada
Líquida fluye
Como nada

Como beso jugoso 
De saliva de tu boca
Una corriente de vacío líquido 

Dulce correntada
De néctar de tu cielo
Sweet Melinda



lunes, 10 de septiembre de 2012

Un buen surrealista ---



Un buen surrealista
Con sólo abrir su mirada, la boca
Apenas con un guiño o soltando una idea
Por más turbia que sea
Sacude la parálisis, la modorra
A veces adormidera
De lo que la banalidad del mundo
Admite como realidad o considera
Como sustrato de la vida
De ahí que a un artista de tal calaña
Superficialmente se lo conciba como un suicida
Alguien capaz de arrojarse a las encrespadas aguas del río del olvido
Inmolándose en el intento de sondear lo que jamás ha sucedido
Eso que siempre tuvo delante de los ojos
Aunque nadie nunca siquiera
Lo haya supuesto, imaginado o vivido

Un buen surrealista juega con fuego
Y a la luz de cualquier maldito poema
No sólo no se quema
Sino que termina prendiéndole fuego al fuego
Devoto del ocio y los excesos
Ateo ferviente del éxito, los credos y el progreso
Son sus estandartes las sombras y el silencio
Y es la insatisfacción su religión
Su angurria de vivir no prueba más que su extrema desapasión
La verdad y la mentira no le llaman la atención
Prefiere desplegar todos los trucos del lenguaje
Las alas de su imagen-nación
Postula tanto los aciertos gramaticales de Apollinaire
Como los horrores económicos de Rimbaud
Rechaza los paraísos y los apotegmas
Reniega de la sintaxis y los sintagmas
(que sabe aplicar pero no explicar)
Y que naturalmente le crecen
Como brotes de inexpugnable selva

Un buen surrealista es jactancioso
Y no en vano vaga descreído su universo
Es un prestidigitador de voces
Laberintos, ecos, algoritmos y versos
Atiborrados de simulacros y revelaciones
Ritos, cosmogonías, relatos de lo impensado
Desbordantes de polaroids de la nada más absoluta
Rimas, mitos y ritmos inanimados
Como por obra y magia del arte, aparte
Se asume como un errante diletante de mundos y espejos deshabitados
En los que ya ni la belleza ni la armonía
O la estupefacción se reflejan
Ni dependen de ningún impío significado
Ni obvio catecismo existencialista
Ya que como buen surrealista
Hasta descree de que lo surreal realmente exista



Obra de Adrián Paiva