“Un poema empieza en realidad cuando termina” me salió decir intentando aludir a lo que sucede con un poema cuando, tras la lectura, sus versos continúan en uno o en quien de inmediato los evoca o interpreta, haciendo de hecho una traducción de lo que acaba de leer.
Se sabe, leer es traducir. La simple lectura cambia, mejora, redimensiona o desvirtúa en todo o en parte el propósito original del Poeta, y no está mal que así sea, ya que apenas un verso, una metáfora siquiera, puede servir como disparador de infinidad de significados y sentidos, incluso hasta impensados.
Suele suceder que uno pasa la página o cierra un ejemplar de un libro y empieza a paladear y a revisitar de memoria los ecos de los versos, oye resonar sus metáforas, las ve corporizarse y chisporrotear y hacerse nuevamente imagen, otra diferente probablemente, confirmando una vez más, como tantas veces antes, que vuelve a reanudarse ese proceso personal que tiene mucho de íntimo ritual en el que cada lector interviene con su mirada realizando su propia versión de lo que acaba de leer que no es sino una traducción de lo que quiso significar el poeta o escritor.
Toda lectura es inédita, además, ya que extrae de las palabras lo que aún tienen para decir, lo que se les quedó en la punta de la lengua sin poder expresar, como símbolos vivientes que son, efectivamente, las que inevitablemente serán traducidas por quienes eventualmente las lean, que ojalá sean muchos y exponencialmente las versionen de infinidad de maneras, en lo posible de las más diversas, lo que probará que cualquiera de ellas, de las palabras estoy hablando, son caleidoscópicas, casi origamis que desenvolviéndose generan otros puntos de vista, conceptos o propuestas a ser reformateadas o a transformarse, ya que lo escrito tras cada relectura tiende a resignificarse en el lector, haciendo que la obra vuelva a empezar, puesto que corresponde al lector abrirle la jaula al libro o al poema y hacer una suelta de imágenes e ideas.
Porque el poeta es uno y el lector multitudinario, un poema
está destinado a quitarle el sueño a quien lo lee para más tarde devolvérselo
en una vigilia de atemporales irrefrenables versos y visiones en la que le dará
forma en voz alta a todo lo que de ellos en su imaginacion o retina aún perdure,
haciendo de este modo realidad el
precepto: “Un poema empieza en realidad cuando termina”, lo cual lo define de
hecho como algo inconcluso, teniendo en cuenta que siempre restan conocer las traducciones
y/o versiones que seguirá componiendo de dicho poema cada Poeta Lector…
Todo lo que comienzo tiene un final, y un poema es algo con vida, podría la que leda su autor.
ResponderEliminarMuy interesante tu entrada.
Un abrazo, feliz noche.
Escribimos intentando decir lo que creemos, o soñamos y el lector lee y entiende lo que tal vez ni pensamos escribir, por eso en los comentarios encontramos tan diferentes expresiones, cada cual con lo que entendió y nosotros con nuestra imaginación flotando entre nubes.
ResponderEliminarEl proposito original del poeta es uno, pero al publicarse y ser leído se transforma en tantos y diferentes temas como tantos son los lectores.
Saludos sin sombrero.