La luna emerge
Como un estanque de perlas
En medio de la noche
En los árboles otoñales las rojas hojas
Caen lánguidamente, como las horas
Amarilleándose
La brisa vaga tardía por ahí perdida
Hundiéndose a cada manso paso
Transida de melancolía
Mientras mi amada
Desnuda entre mis desvelos va
Envuelta en neblina
Gime el bosque trayéndome su recuerdo
El rastro de su ausencia persigo
En el silencio colmado de grillos
Vuelo de fiebre, añoro sus labios
Persiste en mis dedos su sabor tan íntimo como tibio
Mojado en lágrimas
El impúdico rubor en su rostro brilla
Como si fueran incrustaciones de estrellas
Refulgen en el oscuro verdor del follaje
O tal vez sólo sean los ojos de los ciervos que espían
Mis ansias de amarla una vez más