La verdad es incertidumbre. La oscuridad de los siglos la cobija. La luz de un instante la desnuda. El Precepto del Diamante revela que ella brilla de infinitos significados.
La verdad es inasible, insondable. Una metáfora revela que dentro de uno suele asomar el hocico para rápidamente volver a ocultarse. La verdad está atiborrada de enigmas, simulacros y contradicciones inherentes a su naturaleza esencial. Porque es uno quien le confiere trascendencia o indiferencia cuando la descubre.
La verdad es algo vivo y cambiante. Nada más invariable. La verdad nunca es una sola ni tiene dos lados, uno positivo y otro negativo, o un punto intermedio, central o neutral. La verdad tiene sus infinitos puntos de vista, según fluyen los tiempos. El concepto de unicidad la dilucida no como fenómenos o emanaciones que se aúnan sino como infinitas manifestaciones de una misma realidad.
El universo no tiene centro, sin embargo, fluye desde todas partes. Vos, yo, él, éste, aquél. Cada uno puede arrogarse ser el centro del universo, y es verdad, la más pura verdad. De manera que volvemos al Precepto del Diamante. Sus facetas, cada una de ellas, son las que reciben el impacto del haz de luz que causa el brillo, su razón de ser, su sentido o significado. Cada uno de nosotros es entonces cada uno de sus brillos.
La incertidumbre es la que hace que todo fluya hacia una concreción, la que hace que se genere, regenere e incluso degenere todo, ya que provoca que se active la extinción inherente a todo lo que está vivo, lo que se aplica también a todo lo muerto y que tiene potencialmente la vida en estado de aparente inactividad como todo lo que está vivo tiene potencialmente la muerte en estado de evidente actividad. La verdad nace, cambia y muere. Uno nace para morir. Uno muere para vivir. Uno es entonces la verdad, por arrogante que suene o parezca, uno es entonces un diamante, el centro del universo, la razón de ser de la vida y de la muerte.
Ése fue la desviación inducida por siglos de errónea concepción y de aviesa malsana intención de la gran religión adormidera dominante. No hay lados, no hay opuestos, no hay otro. Es mucho más complejo. La verdad es caleidoscópica, centrífuga, lo que equivale a decir que es interior, hacia adentro, preñada de manifestaciones infinitas, y a la vez centrípeta, un diamante por fuera, su exterior está salpicado de infinitos significados o brillos... que vienen a ser como la piel de la luz.
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(Inconcluso. Encontrado en algún lugar de mi vieja adolescencia)