Releía “Crónicas” intentando desentrañar cómo hace Dylan para diseccionar los fragmentos de la realidad, de
su percepción y también de su invención, es decir los materiales con lo que
después compone su obra, cuando caí en la cuenta que en esas páginas
(publicadas un año antes) el tipo casi que había presagiado el huracán Katrina
que devastó Nueva Orleans en 2005. Lean sino la página 214 del original,
publicado por Simon And Shuster el 5 de octubre de 2004, y no me vengan con que
yo endioso a Dylan o con que exagero.
Piensen, además, si habrá
sido casualidad que días después de la devastadora tormenta (U2, Rod Stewart,
Alicia Keys, Neil Young, Foo Fighters, Paul Simon, Dixie Chicks, Dr. John, Garth Brooks, Sheryl Crow y otros artistas) participaran en un festival
denominado “Shelter From The Storm” a beneficio de los sobrevivientes
del Katrina. Perdonen tan ingenua digresión, pero sólo estoy refiriendo hechos concretos, absolutamente
verificables, aunque seguramente opinables. Nada más. Nada menos. Igual lo que
yo quería contar no era eso.
Releía “Crónicas” cuando
una vez más comprobé que Dylan es una especie de Prometeo que no sólo se
reinventa constantemente sino que obliga a rememorarlo, como en este caso, al
revisitar sus memorias contenidas en el primer volumen de su anunciada trilogía.
Está claro que mi memoria
desvirtúa, que el Alzheimer viene ya tocando a mi puerta mientras hago como que
no estoy, a la espera de que se vaya y que jamás regrese, pero la propia
literatura de Dylan es un ser viviente, en constante estable cambio y
transformación, algo como el texto serpiente de Baudelaire. Digo esto porque me
hubiera jugado la vida que era en “Crónicas” que Bob relataba su encuentro con
el indio Rolling Thunder. Pero no. En esta relectura me encontré con que era
Sun Pie de quien hablaba, un viejo de rostro curtido con rasgos eslavos y que de
indio no tenía nada.
Sun Pie, cuenta Bob, tiene
una cabaña llamada King’s Tut’s Museum en Raceland, cerca de New Orleans, donde
vende bagatelas, antigüedades y cosas raras que la gente ha desechado por los
caminos. Sun Pie puede venderte allí cualquier cosa de casi cualquier lugar del
mundo, no sé, el vestido azul de la becaria Lewinsky en el que Clinton dejó un
lamparón con su ADN presidencial, una lata de Zyklon B a la que alguien ingenuamente (o no) le hizo una ranura para usar como alcancía, afiches de Mao, Brigitte
Bardot y Carmen Miranda, la guitarra criolla con la que el Sundance Kid cantó zambas y chacareras en Cholila, y hasta la tabla del inodoro en la que Perón estaba sentado cuando tomó la
decisión de echar a los Montoneros de la Plaza de Mayo.
No sé, pero Sun Pie es de
los que piensan que a cualquier persona le podés vender lo que sea que antes le
hayas hecho creer. Siempre se encuentra a alguien que más tarde o más temprano,
aquí o allá, necesita creer en cualquier cosa. Tal vez también por eso es que creí,
durante todo el tiempo entre la primera y la tercera lecturas de “Crónicas”,
que Bob contaba allí su encuentro con el indio Rolling Thunder.