Un buen surrealista
Con sólo abrir su mirada, la boca
Apenas con un guiño o soltando una idea
Por más turbia que sea
Sacude la parálisis, la modorra
A veces adormidera
De lo que la banalidad del mundo
Con sólo abrir su mirada, la boca
Apenas con un guiño o soltando una idea
Por más turbia que sea
Sacude la parálisis, la modorra
A veces adormidera
De lo que la banalidad del mundo
Admite como realidad o considera
Como sustrato de la vida
De ahí que a un artista de tal calaña
Superficialmente se lo conciba como un suicida
Alguien capaz de arrojarse a las encrespadas aguas del río del olvido
Inmolándose en el intento de sondear lo que jamás ha sucedido
Eso que siempre tuvo delante de los ojos
Aunque nadie nunca siquiera
Lo haya supuesto, imaginado o vivido
Un buen surrealista juega con fuego
Y a la luz de cualquier maldito poema
No sólo no se quema
Sino que termina prendiéndole fuego al fuego
Devoto del ocio y los excesos
Ateo ferviente del éxito, los credos y el progreso
Son sus estandartes las sombras y el silencio
Y es la insatisfacción su religión
Su angurria de vivir no prueba más que su extrema desapasión
La verdad y la mentira no le llaman la atención
Prefiere desplegar todos los trucos del lenguaje
Las alas de su imagen-nación
Postula tanto los aciertos gramaticales de Apollinaire
Como los horrores económicos de Rimbaud
Rechaza los paraísos y los apotegmas
Reniega de la sintaxis y los sintagmas
(que sabe aplicar pero no explicar)
Y que naturalmente le crecen
Como brotes de inexpugnable selva
Un buen surrealista es jactancioso
Y no en vano vaga descreído su universo
Es un prestidigitador de voces
Laberintos, ecos, algoritmos y versos
Atiborrados de simulacros y revelaciones
Ritos, cosmogonías, relatos de lo impensado
Desbordantes de polaroids de la nada más absoluta
Rimas, mitos y ritmos inanimados
Como por obra y magia del arte, aparte
Se asume como un errante diletante de mundos y espejos deshabitados
En los que ya ni la belleza ni la armonía
O la estupefacción se reflejan
Ni dependen de ningún impío significado
Ni obvio catecismo existencialista
Ya que como buen surrealista
Hasta descree de que lo surreal realmente exista
Como sustrato de la vida
De ahí que a un artista de tal calaña
Superficialmente se lo conciba como un suicida
Alguien capaz de arrojarse a las encrespadas aguas del río del olvido
Inmolándose en el intento de sondear lo que jamás ha sucedido
Eso que siempre tuvo delante de los ojos
Aunque nadie nunca siquiera
Lo haya supuesto, imaginado o vivido
Un buen surrealista juega con fuego
Y a la luz de cualquier maldito poema
No sólo no se quema
Sino que termina prendiéndole fuego al fuego
Devoto del ocio y los excesos
Ateo ferviente del éxito, los credos y el progreso
Son sus estandartes las sombras y el silencio
Y es la insatisfacción su religión
Su angurria de vivir no prueba más que su extrema desapasión
La verdad y la mentira no le llaman la atención
Prefiere desplegar todos los trucos del lenguaje
Las alas de su imagen-nación
Postula tanto los aciertos gramaticales de Apollinaire
Como los horrores económicos de Rimbaud
Rechaza los paraísos y los apotegmas
Reniega de la sintaxis y los sintagmas
(que sabe aplicar pero no explicar)
Y que naturalmente le crecen
Como brotes de inexpugnable selva
Un buen surrealista es jactancioso
Y no en vano vaga descreído su universo
Es un prestidigitador de voces
Laberintos, ecos, algoritmos y versos
Atiborrados de simulacros y revelaciones
Ritos, cosmogonías, relatos de lo impensado
Desbordantes de polaroids de la nada más absoluta
Rimas, mitos y ritmos inanimados
Como por obra y magia del arte, aparte
Se asume como un errante diletante de mundos y espejos deshabitados
En los que ya ni la belleza ni la armonía
O la estupefacción se reflejan
Ni dependen de ningún impío significado
Ni obvio catecismo existencialista
Ya que como buen surrealista
Hasta descree de que lo surreal realmente exista
Obra de Adrián Paiva