martes, 2 de enero de 2024

Bolsa de Gatos 1081/1090

 




1090. Suzanne Valadon pintó a su gato Raminou en decenas de ocasiones. Era uno de los felinos que andaban a sus anchas por el taller de la pintora que los alimentaba cada viernes con nada menos que caviar. Raminou fue su musa, un condenado guaperas atigrado, un ejemplar macho de la Belle Epoque que tenía enamorada a su «dueña», si es que tal calificativo se le puede atribuir a alguien que posee un gato. Y esto se ve en la pose de Raminou, sentado sobre una tela (que por cierto aún se conserva en el museo-taller de Valadon en Montmartre). Ahí está el jefe del taller sobre su tela preferida, suponemos que ronroneando, suponemos que tras una eterna sesión de auto-limpieza, posando como lo que es: un dios griego que regala unos efímeros instantes de belleza a Valadon para que consiga pintar una mínima parte de su grandeza. Raminou es casi una leyenda en Montmartre: aplastado en más de una ocasión por el culo de Renoir, acariciado por Manet, torturado por el hijo bastardo de la Valadon que probablemente estaba celoso de Raminou y lo agarraba por el rabo cuando conseguía pillarlo por sorpresa, justo antes de un doloroso y merecido zarpazo. Un animal que estuvo sentado en el regazo de grandes personalidades y fue poseedor de secretos inconfesables sobre la pintora más talentosa de ese Montmartre irrepetible de los años 20. (Texto de Miguel Calvo Santos para https://historia-arte.com/)





1089. «La frase ¡Al diablo la Navidad! es ¿una blasfemia, un oxímoron, pecado, una irreverencia o un grito desesperado que no nos atrevemos a dejar salir? No lo sé. Vengo de una familia católica donde siempre se festejó la Navidad. Al principio, con mi familia paterna y materna juntas, en la casa de mi abuela, la madre de mi madre, que cocinaba para todos, servía la mesa para todos, y luego lavaba los platos de todos. Años después, a partir de una discusión en una Nochebuena, sólo nos reunimos con la familia materna. Los primeros años mi padre seguía viniendo; nos adelantábamos con mi mamá y mi hermano y él llegaba para la hora del brindis, el pan dulce y los regalos. Hasta que un día por fin dijo: “Coño, que yo no hago más la fantochada”, y no fue ni ese 24 ni ningún otro. Más allá de la angustia que me provocaba la ausencia de mi padre en las Navidades, la anécdota me hizo estar preparada para decir “¡Al diablo la Navidad!” algún día. Antecedentes familiares me amparan. Genéticos, casi. En este caso, alguien dirá: “Loca como tu padre”, en vez del lugar común “Loca como tu madre”, lo que no deja de ser alentador desde el punto de vista de género. Pero a pesar del permiso paterno, hasta el 2010 no me atreví a mandar la Navidad al diablo. Que la tradición familiar, que los niños y sus ilusiones, que alguien tiene que seguir la posta de la abuela que ya no está, que tampoco hace mal, que a vos nada te viene bien. Durante los años que estuve casada no sólo no me rebelé sino que además me ocupé religiosamente del árbol, el matambre, los tomates rellenos, los turrones, la sidra, las pasas de uva a las doce, el pan dulce, etc, etc, etcétera. Sin embargo en el 2011, al fin, parece que la cosa puede cambiar. Por lo pronto mis hijos pasarán la Nochebuena con el padre y el Año Nuevo conmigo, lo que me deja absoluta libertad de elección acerca de cómo pasar el 24: si cometo una herejía no arrastraré a nadie conmigo. Pero enfrentarse a esa libertad implica elegir qué quiere uno, lo que tampoco es fácil. Hace semanas que vengo evaluando distintas opciones. Varios amigos, con las mejores y más amorosas intenciones, me invitaron a pasar la Nochebuena con ellos y sus familias. Pero eso sería algo así como comer los mismos tomates rellenos en la casa de otros y ni siquiera poder quejarse porque al relleno le pusieron demasiada mayonesa. La opción de quedarme sola en mi casa, ver una buena película, comer rico y emborracharme resultaría una gran alternativa si yo bebiera alcohol, cosa que no hago. Y sin alcohol, temo que a los primeros fuegos artificiales que estallen en el cielo cerca de mi ventana me ponga mal porque no estoy con mis hijos, me sienta sola, llore, y a las doce en punto salga corriendo a buscar al gato para decirle “¡Feliz Navidad!”, el único ser vivo que me acompaña. También evalué viajar esa noche y que las doce campanadas me encuentren en vuelo y a los brindis y abrazos con el compañero de asiento que me haya tocado en suerte. Pero sería muy engorroso y un derroche de dinero extravagante, más teniendo en cuenta que el 25 al mediodía tengo que estar en mi casa para recibir a mis hijos. Y entonces, cuando nada parecía cerrar, llegó la mejor alternativa: una amiga me invitó a una cena donde estaba juntando a todos los que no festejan la Navidad porque pertenecen a otra religión, porque no pertenecen a ninguna, o porque no y punto. La propuesta era: “Los invito a comer a mi casa mientras los demás festejan la Navidad”. Acepté. Sólo me falta saber si cuando den las doce alguno me hará la gracia de levantar la copa, total no le hace mal a nadie. Y si en cambio nadie lo hace, comprobaré si me resulta indiferente o si volveré corriendo a mi casa, con lágrimas en los ojos, a decirle “¡Feliz Navidad!” al gato. » (“Al gato no le importaría” por Claudia Piñeiro)





1088. “Cuando vivía en Escobar, Laiseca tenía varios animales. Vivía ahí porque podía tener una casa con patio para sus animales. (A pesar del sacrificio de viajar dos o tres o cuatro horas todos los días; él decía que tenía dos trabajos pero cobraba sólo por uno.) Un día al volver a su casa encontró que los perros habían matado al gatito cachorro que había recogido pocos días atrás, y se entristeció, se enojó con los perros, en realidad se puso furioso, quería castigar a esos asesinos, pegarles, encerrarlos… Pero lo que hizo (le salió espontáneamente, sin explicación) fue ponerse a ladrar y aullar como un perro. Sin habérselo propuesto, había dado con el castigo más eficaz; los perros se aterrorizaron. Con los pelos erizados como si estuvieran recibiendo una descarga de cien mil voltios, retrocedían con las patas encogidas, la panza tocando el suelo, se arrinconaban, gemían, los ojos dilatados por el espanto. Tardaron días en recuperarse. Evidentemente, para un perro la amenaza de que su amo se vuelva perro es lo peor que le puede pasar, peor todavía que la muerte. Se explica, creo, porque ese hombre transformado en perro seguirá siendo el amo (él no puede concebir otra cosa: ya lo ha interiorizado como amo) pero además será perro, es decir sabrá lo que él sabe, conocerá desde adentro los mecanismos de acción y reacción del perro, y podrá ejercer un dominio al lado del cual el del hombre-hombre sobre el perro es apenas un simulacro lúdico de poder o dominación. Un poder así aterroriza.” (“Alberto Laiseca por César Aira – Un poder que aterroriza” – encontrado en https://bit.ly/3ep6mJh)





1087. Cuando su amigo Césare Pavese se suicidó, la escritora y política feminista italiana Natalia Ginzburg mantuvo una relación muy cercana con Elsa Morante, a quien admiraba muchísimo como narradora, y en 1985, cuando falleció tras una larga enfermedad, heredó sus gatos siameses, que son los que aparecen en esta fotografía. Toda la vida le habían gustado más los gatos que cualquier otro animal, pero sólo desde entonces fue que convivió inseparablemente con ellos.





1086. “Siempre me sentí motivado por el proceso del arte y no tanto por el resultado. Siempre fui muy consciente de eso. Vivo para pintar (mientras debo lidiar con las complejidades de mi pintura) y también para disfrutar de la compañía de mi gata, pasamos horas y horas juntos los dos, mientras ella disfruta de mi compañía concentrada en las complejidades de ser felina." (Frank Stella, pintor y grabador norteamericano, verdadera referencia del arte abstracto y minimalista, junto a su gata Marisol)





1085. “Mi gato, cualquier gato, absolutamente todos los gatos me provocan furibundos irrefrenables ataques de amor. Aquí estoy fotografiada en pleno ataque, prueba irrefutable de mi amor incondicional por ellos.” (Anna Jagodzinska, top model polaca de Vogue, L'Officiel y Revue de Modes)





1084. “En Lemuria, por obra y gracia de El Colo -gato luminoso como el sol, bello como el amor correspondido y sabio como pocos- existe el paraíso. Él le fue dando forma, para poner a prueba el amor humano de Beatrice. Es ella, en este caso, la que debe atravesar un infierno de vecinos inclementes, guiada por el oráculo chino, mientras él da señales de vida desde la altura…” De nuevo Beatriz Vignoli nos conmueve, nos maravilla, nos ofrece una magnífica historia donde se diluyen los bordes entre autora, obra y persona, y la realidad que alcanzan los sueños y que es más verdadera que la vigilia. “Un gato desaparece y un clan solidario organiza su búsqueda que al principio es narrada como cuento de hadas para luego transformarse en crónica policial y en una angustiante pesadilla al final. Ante los vecinos iracundos, atrincherados por el temor y capaces de los actos más viles, se levanta, sin embargo, la belleza del mito: el continente perdido de Lemuria donde habitan quienes postulan otra forma de devenir.” Sólo Beatriz Vignoli es capaz de transformar una serie de posteos de Facebook en un texto que es un cosmos individual cerrado sobre sí mismo y, a la vez, abierto a dar zarpazos en el pensamiento de hoy.





1083. Instantáneas gatunas - Su mirada ama, comprende lo que está pasando y para qué está allí. La llevaron en su transportador para la despedida. Su dueña estuvo hasta hace poco internada en la Unidad de Cuidados Intensivos del Sanatorio Güemes de la Ciudad de Buenos Aires. (Tan conmovedor testimonio me lo aportó Frodo, amigazo que administra el muy recomendable sitio https://frodorock.blogspot.com/)





1082. “No sé de cuándo ni de dónde viene mi relación con los gatos. Los amo, claro, pero mi relación con ellos, qué digo relación si en realidad siento que son como una extensión de mí... Qué arrogante de mi parte, pensándolo mejor, puesto que podría ser que yo fuera una extensión de ellos… Como sea, no sé de cuándo ni de dónde viene. ¿Será que de otras vidas? Puede ser… En la primera foto que tengo mía, tendría unos tres años y ya hay gatos allí, en casa de mis abuelos. Así que ¿qué relación tengo yo con ellos? Creo que soy ellos. ¿Me entiendes?” explicó en una entrevista el gatófilo afamado fotógrafo Masahisa Fukase.





1081. Freddie Mercury, líder de la banda británica Queen, recogía gatos abandonados del albergue ‘Blue Cross’ de Londres y se los llevaba a su residencia. Tanto amaba a los mininos que incluso les dedicó canciones y álbumes, como “Mr. Bad Guy”, dedicatoria que hizo extensiva "Para mis gatos y para todos los que aman a los gatos alrededor del universo… y que se jodan los que no!...” Él solía decir que sus gatos eran sus únicos leales e incondicionales. Tom, Jerry, Oscar, Tiffany, Delilah, Goliah, Miko, Romeo y Lilly fueron algunos de los nombres con que los bautizó y cabe destacar que llegaron a ser los beneficiarios de parte de su fortuna por medio de la fundación que creó para rescatar y proteger a los gatos desamparados. De todos los que tuvo, sólo Tiffany, una gata Himalaya, fue un regalo de Mary Austin, la novia a la que siguió llamando siempre «el amor de mi vida», en tanto los demás fueron todos gatos rescatados... Pero Delilah fue su inocultable predilección, una hembra de pelo largo esponjoso a la que le compuso la canción del mismo nombre que está incluida en el álbum “Innuendo”. (En la foto vemos a Freddie, una tía con Oscar en brazos, Mary Austin alzando a Tiffany, su pareja Jim Hutton y otros de los amigos que atendían a sus gatos)



9 comentarios:

  1. Apreciado Carlos,

    Los gatos son animales mágicos. En algún momento tuve dos, pero ahora no tengo tiempo para cuidar de ellos.

    Un abrazo con cariño.

    ResponderEliminar
  2. Cada gato, un mundo :)
    Los amo también.
    Como siempre, una gozada leer la Bolsa de gatos.

    Abrazo, Carlos.

    ResponderEliminar
  3. ¿Hay una mejor manera de pasar esta tarde del mes y año estrenados, que leyendo tu bolsa de gatos con Nana acurrucada a mi lado? Lo dudo.
    Te mandamos, ambas, un abrazo afectuoso.

    ResponderEliminar
  4. Yo tampoco sé de dónde me viene este amor gatuno, ni desde cuando, solo recuerdo y tengo presente el amor que me surge en el mismo instante en el cual veo un Michi. Hasta cuando los míos pasan de soslayo por la casa, siento que mi Amor va tras ellos, por eso me rehuyen en ocasiones, por ser una MiauPesada ;)

    Mil besitos más y mi cariño, amigo mío ♥

    ResponderEliminar
  5. Hola!
    La verdad somos muchos los que nos enamoramos de estos sigilosos mininos. Quizás por su dulce mirada, por el cariño que derrochan, su curiosidad infinita, su alegría contagiosa o la forma en que nos hacen sentir cuando se acurrucan en nuestro regazo. Encantadora entrada!
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  6. Hermosa reseña gatuna, aunque por más que leo no llego a esa comprensión del amor a los gatos, como sea sigo pensando que son un buen compañero para muchos y algunos son bien lindos también.
    Abrazo

    ResponderEliminar
  7. Un animal particular para mi, sí son bonitos.

    ResponderEliminar
  8. EStuve muy enganchado en varias otras cosas, por eso recién ahora te visito por aquí. Qué grande! Metiste nomás esa foto de "la despedida". Gracias por la mención.

    De toda esta Bolsa, me impresiona la situación de Laiseca, ¡qué tipo único! en todo sentido. Escribió la novela más larga de la Argentina, y el cuento en el que se basaron los Piojos para esta gran canción:

    https://www.youtube.com/watch?v=2CU9XNTiXak

    Abrazazo!

    ResponderEliminar